Solíamos caminar por una calle soleada que estaba vacía. Eran unos paseos en los que nos dedicábamos a dejar tirados en el suelo nuestros miedos y nuestras preocupaciones. Era nuestra dosis diaria de ignorancia y felicidad.
Recuerdo tu pelo negro. Siempre estaba perfectamente despeinado. Eras de esas pocas personas que tenían el don de saber exactamente las palabras que debían decir. Aparecías cuando me sentía sola y en silencio rogaba que alguien me ayudara. Eras mi mejor amigo. Tú me comprendías. Eras capaz de entenderme sin ni siquiera tener que explicarte lo que me había pasado.
Por las noches suelo recordar esos momentos en los que nos miraban mal y tú me decías que lo hacían porque nos envidiaban por ser diferentes. Lo que me sorprendía era que lo decías sin que la sonrisa desapareciera de tu cara.
Qué pena que tú sólo fueras una creación más de mi imaginación.
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