Todavía recuerdo ese día de invierno que
caminábamos por una calle vacía. Escuchar sólo el ruido que hacían mis botas al
pisar el suelo me producía una tranquilidad inexplicable. Tú estabas caminando
a mi lado, en silencio, porque sabías que amaba estos momentos en los que no me
tenía que preocupar por nada. La calle por la que caminábamos ya la había visto
antes. ¿Cuántas veces había soñado que paseaba por esa calle contigo? En ese
momento esa duda no tenía mucha importancia, ya que lo estaba viviendo, aunque
tú existieras sólo en mi mente. Por fin llegamos a un puente y nos sentamos en
las barandillas dejando nuestros pies colgando. Miré hacia abajo, había una
carretera y no pasaba ningún coche por ella. Estiré las mangas de mi chaqueta
para calentar mis manos. Apoyé mi cabeza en tu hombro y dije: "¿Sabes?
Dicen que todos los puentes están enamorados de un suicida". Giraste la
cabeza, desconcertado, y me preguntaste: "¿Es éste tu puente?".
Suspiré, miré hacia abajo y te respondí: "Sí, he soñado muchas veces que me
tiraba por este puente".